PREAMBULO
¿Y porqué la UME?
El presidente del Gobierno no pudo dormir la Navidad de 2004. Y eso que solía contar que no tenía problemas para conciliar el sueño. En su casa sonaba la radio, las quejas de miles de ciudadanos atrapados en la carretera por las nevadas que paralizaron Burgos. “Los mensajes oficiales que me llegaban aseguraban que estaba todo controlado”, contó en una entrevista en EL PAÍS. Lo que salía de su transistor era otra realidad: más de 6.000 personas aisladas y sin respuesta por parte de las autoridades. Fue entonces, entre el desvelo y la preocupación, cuando parece ser que decidió crear la Unidad Militar de Emergencias.
“Un Estado que es la octava potencia mundial, un Gobierno ante una tragedia, y yo soy el presidente del Ejecutivo, el primer responsable de la seguridad de la gente y ¿qué tengo a mi alcance? Y no teníamos nada, prácticamente. Nada”, dijo en aquel momento. El presidente era consciente de que ante una situación de indignación ciudadana no servían las excusas. No podía decirle a los afectados que se habían quedado atrapados durante horas y días por culpa de la mejor o peor gestión de una Comunidad Autónoma. “Lanzarse la pelota de una administración a otra por una cuestión de transferencia de competencias no tiene sentido en estos casos”, opina Miguel González, periodista especializado en Defensa del periódico EL PAÍS.
El verano de 2005, once personas murieron en un incendio en Guadalajara. Otra vez el clamor fue nacional. ¿Quién daba respuesta a los ciudadanos?, ¿se podía haber hecho algo más? Meses después de esta tragedia, el mayor esfuerzo para crear un cuerpo para la protección civil en la historia de España se materializó. El 7 de octubre de 2005 por acuerdo del Consejo de Ministros se creaba la Unidad Militar de Emergencias con un presupuesto de varios millones de euros para los tres primeros años y una previsión de 4.310 militares.
El proyecto pasó a la categoría de “iniciativa muy personal” de la primera legislatura socialista. “Capricho de Zapatero”, dijeron unos. “guardia pretoriana del presidente”, calificaron otros. “La UME se entendió como la manera en que Zapatero entendía lo que tenía que ser el Ejército”, opina Roberto Benito, periodista de EL MUNDO bregado en información política y de Defensa. “Se interpretó esa visión que él tenía más alejada de la parte bélica, directamente relacionada con la guerra de Irak, y más cercana a un servicio al ciudadano”. No era difícil encontrar en prensa una comparación constante entre una ONG y el ejército que barruntaba el presidente.
La empresa no era fácil. Los crea- dores, desde los que la concibieron hasta los que pusieron en pie debieron lidiar con las críticas al mismo tiempo que ideaban una unidad con encaje en un sistema autonómico y descentralizado en cuanto a las competencias de seguridad. El proyecto debía conjugarse con la ley de Protección Civil de 1985 que atribuye a las Fuerzas Armadas un papel subsidiario en la materia. No podía plantearse como un sustituto de los cuerpos ya especializados en este tipo de catástrofes. Tampoco debía retar el papel de la Guardia Civil. Pero sobre todo tenía que integrarse en el estamento militar sin convertirse en un anexo, un cuarto ejército independiente.
“Las Fuerzas Armadas lo han hecho desde 1797 creando la Unidad de Artillería Volante donde se ve a un señor con un hacha y un cubo de arena”, afirma el general Fulgencio Coll, primer jefe de la UME, que durante su mandato se apoyó en este antecedente para aclarar los frecuentes interrogantes que le planteaban. “Lo hicieron los romanos, los legionarios estaban encargados de apagar incendios en las ciudades; Napoleón no dudó en nombrar bomberos militares en París desde que se produjera un fuego en la can- cillería de Austria el día de su boda con una princesa austriaca. Si lo han hecho ellos, ¿por qué nosotros no podemos si nos especializamos?”, remacha a golpe de libro de historia el que fuera veterano de Angola, Mozambique y Bosnia, y responsable de las tropas en Irak (diciembre 2003-abril de 2004).
El Submundo
Una misión casi desconocida y con orden de lo más alto de que se ejecutase, Presidencia, quien quería a los militares trabajando en emergencias en todo el territorio nacional, cuando fuese necesario. Además, debería hacerse en un tiempo récord. Unos pocos hombres elegidos para imaginarse, pintar y poner en pie todo un proyecto que partía desde cero y del que no había precedente en España. No se trataba de crear un cuarto Ejército, como se dijo; aquello que debía construirse debía nutrirse del conocimiento de logística, planeamiento y operatividad de los soldados de las Fuerzas Armadas para crear desde sus capacidades una unidad especializada, militar y capaz de reaccionar en una hora en cualquier punto de la geografía nacional. El escenario, los sótanos del Ministerio de Defensa. Allí se gestó en unos meses lo que sería la UME con su cuartel general, sus 4.100 hombres y mujeres, sus cinco batallones en: Madrid, León, Zaragoza, Valencia y Sevilla, con un destacamento permanente en Canarias, y medios materiales y económicos para enfrentarse al “enemigo” en las emergencias.
La historia de la UME, una vez aprobada la decisión política de “hágase” comienza con una llamada del entonces ministro de Defensa José Bono al general Fulgencio Coll Bucher, recién llegado de Irak, de donde España se vino bajo la orden de repliegue de José Luis Rodríguez Zapatero. El militar cuenta que su teléfono sonó mientras entrenaba, como todas las mañanas; estaba en Burgos y el mandatario quería verle esa misma tarde. En la central del Ministerio de Defensa, en Madrid, el secretario de Estado, Francisco Pardo Piquera, le avanzó que se ponía en marcha la creación de la UME y unas horas más tarde, el ministro le proponía liderar el proyecto. Coll recuerda que para la misión que le asignaban pensó que era mejor un general procedente de Ingenieros y dio el nombre de un compañero; Bono lo rechazó. El militar ofreció entonces un segundo nombre, aspecto que tampoco fue aceptado. A la tercera insistencia, el recién llegado de Irak aceptaba el reto y se convertiría así en el “primer soldado” de la UME. Era el 19 de enero de 2006, dos meses más tarde de la aprobación por el Consejo de Ministros de la creación de la UME. Su primera misión estaba clara: reclutar a un núcleo mínimo de personas para inventarse cómo sería la Unidad. El que sería el “primer padre” de la UME rememora que buscaba a los mejores y a gente de su confianza.
En esa cadena de mando el siguiente en ser nombrado fue el entonces teniente coronel Fernando López del Pozo, quien se puso “a la orden” del general sin pensarlo. La comunicación le llegó un viernes, mientras trabajaba en su anterior destino; el lunes ya ideaba qué se necesitaría. “Ese mismo fin de semana cogí un papel y en casa empecé a pintar. Porque nosotros lo tenemos relativamente fácil; se trata de establecer procedimientos y empezar a pensar con qué me enfrento, qué necesito: en personal, en medios, en recursos económicos…”, afirma el hoy general López del Pozo, que a su vez empezó a reclutar gente, el núcleo inicial. Y por situar la escena y los medios con los que contaban, el máximo mandatario de los que serían los hombres de negro, tenía un despacho en la sexta planta del Ministerio, cerca del ministro. El resto, López del Pozo y la veintena de elegidos por ellos, expertos en logística, telecomunicaciones, personal, gestión, ingeniería… procedentes de Tierra, Aire, Mar y Cuerpos Comunes contaban con unos muchos bolígrafos y folios con los que pintar desde cómo serían los uniformes o el himno hasta qué equipos comprar o qué formación haría falta. Ya fuera de sus cuarteles, encontraron un espacio en los sótanos del Ministerio, lo que fue conocido como el “submundo”. Ese grupo sería el que iría llamando al resto. “Fuimos citados en la sede del Ministerio de Defensa donde un reducido grupo de militares, el núcleo de constitución de la UME, trabajaba desde hacía varios meses en la planificación de todos los detalles, hasta el más mínimo, de lo que habría de ser la unidad: la misión y sus capacidades; la orgánica; la distribución territorial y sus áreas de responsabilidad; sus plantillas y su calendario de cobertura; los mate- riales; el plan de preparación; etcétera. (….) El reclutamiento había concluido; con un teléfono móvil como equipo de combate éramos despedidos pues al día siguiente debíamos estar en nuestras bases para, una vez allí, recibir al resto del personal de la unidad”, recuerda Juan Castro, teniente coronel de Artillería, entonces Comandante y uno de los cinco elegidos para empezar los batallones de intervención, auténtico músculo de la naciente Unidad. Mientras, el ritmo de trabajo era como de operaciones, con jornadas de 12 y 16 horas. Cada día contaba y ese mismo año, el 2006, el 25% de la unidad debía estar adiestrada, equipada y a la orden; en 2007 el compromiso era que el 75% fuese una realidad, para en 2008 estar absolutamente operativos. Y operativos quería decir estar a pie de cualquier catástrofe con los instrumentos necesarios para combatirlos en un tiempo de no más de una hora.
DOCUMENTO PREVIO
Los primeros hombres de negro no partían desde cero. Contaban con un estudio previo realizado por la Secretaría de Estado del Ministerio, un documento de carácter reservado con el que la idea de la UME fue aprobada en Consejo de Ministros en octubre de 2005. En él ya aparecían una cantidad de efectivos (4.310 militares), un presupuesto de varios millones de euros, una serie de unidades y los batallones necesarios para preservar la seguridad de los ciudadanos. Era la base para empezar, pero hacía falta conocimiento y hacerse con las experiencias de quiénes venían trabajando en emergencias: las distintas entidades de protección civil españolas y unidades militares extranjeras, como la francesa, que cuenta desde 1968 con una unidad de unos 1.500-1.700 efectivos para responder ante catástrofes. La estrategia, cuentan los generales que pusieron en pie la UME, fue verse con todos y expresar la voluntad de hacer y aprender. “Nos acercábamos de una forma amable y sensata. Íbamos y les decíamos: hemos nacido para esto, ayúdenos a formarnos para poder luego ayudarles”, resume tajante el general Coll.
Porque más allá del dibujo de lo que sería la Unidad en el que se la dotaba de medios para combatir los fuegos, inundaciones y otras catástrofes: 9 hidroaviones, 19 helicópteros, 180 autobombas, centenares de máquinas para ingenieros, cerca de un centenar de embarcaciones ligeras fuera borda y más de mil vehículos diversos, había que resolver la articulación de la UME dentro del aparato del Estado. Porque la UME, como dice el general Roldán, se constituía como una “unidad de relaciones” con instituciones públicas, buena parte de ellas dependientes del Ministerio de Interior y del de Medio Ambiente; empresas privadas y organismos nacionales, regionales, locales e internacionales. Para empezar, los militares tendrían que trabajar con 17 comunidades autónomas y dos ciudades autónomas, y 15 direcciones generales de la Administración General del Estado, entidades a las que tenían que ganarse para que la coordinación, cuando tuviesen que intervenir, fuese la mejor posible. “Aquello fue un verdadero trabajo de evangelización por las comunidades. Yo le decía al general Coll: ‘pareces un apóstol’. Y él cada vez más convencido y vehemente fue visitando y presentándose una a una en cada entidad para decirles que estábamos a su servicio”, recuerda López del Pozo.
Las bases de la UME para funcionar, legalmente hablando, quedaron escritas en el “Protocolo de Intervención”, aprobado por Real Decreto 399/2007, de 23 de marzo de 2007. Dicha norma establecía que los militares intervendrían cuando el Gobierno lo ordenase para complementar, coordinar y apoyar los trabajos de las comunidades en emergencias. Como herramienta del Estado, intervendría a petición de las Comunidades en emergencias de nivel 2 y a su solicitud o por orden del Gobierno en las de nivel 3 (el máximo).
Pero no fue fácil. El Gobierno de la Comunidad Autónoma vasca recurrió la normativa ante el Tribunal Supremo y éste anuló el Real Decreto por defecto de forma. No obstante, y partiendo de la Ley Orgánica 5/2005 de la Defensa Nacional, la nueva organización pudo funcionar hasta que el nuevo Protocolo de Intervención (RD 1097/2011) fue aprobado. En él se contemplaba, entre otras cosas, que el Jefe de la UME (GEJUME) ejercería la dirección y la coordinación operativa de la emergencia, si ésta era declarada de “interés nacional” (nivel 3), bajo la dependencia del Ministerio del Interior. Así mismo, autorizaba la firma de acuerdos de colaboración entre el Ministerio de Defensa y las Comunidades Autónomas, para que la UME accediera a sus redes de alerta y emergencia. También abría el camino para que la UME pudiese actuar en emergencias fuera del territorio nacional.
Aparte, además de a los civiles, había que ganarse a una parte de las Fuerzas Armadas, que en un principio tuvieron recelos ante el nuevo cuerpo, dotado con todos los medios necesarios y visto por ciertos sectores como meros “bomberos”. Se temió que el mayor esfuerzo realizado para crear un cuerpo en apoyo de la protección civil en la historia de España descapitalizara las unidades de los Ejércitos; aspecto que no ocurrió; se criticó los mayores ingresos de los miembros de la UME, justificados por su alta disponibilidad y comparables a los recibidos por misiones internacionales. Algunos pensaron que las inversiones a realizar mermarían los presupuestos de otras unidades, pero no fue así. La UME nacía con una partida propia para ser una realidad sin menoscabar a nadie. Fue cuestión de tiempo, cuentan los generales que han estado al mando de la UME durante esta década, cuestión de trabajar y mostrar que no se quitaban medios a otros cuerpos. Se trataba, simplemente, coinciden los pioneros de esta unidad, en recordar la función de servicio de las Fuerzas Armadas.
Tampoco la prensa facilitó el ambiente. La UME nació en un momento de alta beligerancia política y fue utilizada muchas veces como un arma arrojadiza entre un partido y otro. Las críticas no hicieron mella en quienes empezaban, que cuentan que llegaron a no leer ciertos titulares: estaban convencidos del proyecto y de la necesidad de seguir adelante, a base de hechos.
Y mientras, de forma paralela, se iban formando los soldados que entraban desde los Ejércitos de forma voluntaria; salieron convocatorias específicas para ser militar en la Unidad (hacían falta nuevos hombres y mujeres), se acondicionaron los cuarteles que iban ocupando los militares preparados para solventar situaciones de emergencia en los batallones distribuidos por la geografía nacional y se adquirían los equipos necesarios para hacer frente a las catástrofes. Las primeras misiones o capacidades: ser capaces de combatir fuegos, inundaciones, nieves y derrumbes y terremotos debían ser abordadas en meses. El submundo pasaba a ser anécdota y las Fuerzas Armadas se adaptaban a una nueva necesidad: servir a la sociedad en casos de emergencias y catástrofes.